Autor: José Antonio García Marcos
Antes de que el nacionalismo alemán decidiera el exterminio de los judíos europeos, que eufemísticamente se denominó la solución final, Adolf Hitler autorizó un plan secreto, la Aktion T4, cuya finalidad fue la matanza de los enfermos incurables. Para ello se empleó el eufemismo de la eutanasia. Catedráticos de psiquiatría, directores de manicomios y responsables de la sanidad, en convivencia con el poder judicial, diseñaron el crimen masivo perfecto para eliminar de la sociedad étnica aria (Volksgemeinschaft) a los ciudadanos alemanes más indefensos. Si en el frente caen los mejores, en casa tendremos que matar a las sabandijas, había escrito años antes el Führer. El inicio de la segunda guerra mundial le sirvió de tapadera para mantener en secreto el programa de eutanasia. Las cámaras de gas y los hornos crematorios se inventaron en la Alemania Nazi para aniquilar en seis manicomios, distribuidos estratégicamente por la geografía del país y de la Austria anexionada, a aquellos enfermos improductivos y sin posibilidad alguna de curación. Las enseñanzas de esta ingente masacre sirvieron después para planificar el genocidio judío. Eutanasia y Holocausto están íntimamente vinculados en la actividad criminal del nacionalsocialismo.