El dolor es el síntoma más frecuente en la especie humana, habiéndole acompañado desde el principio de los tiempos.
El dolor se considera, también, una de las experiencias más incapacitantes y que mayor sufrimiento conllevan. Esta carga emocional negativa frecuentemente asociada al dolor, explica que el dolor es mucho más que un síntoma de enfermedad, ya que además de venir acompañado de emociones, generalmente negativas, viene también con una narrativa personal que lo interpreta y le da sentido, modificando, incluso, la visión que tenemos de nosotros mismos. En un plano más específico, pensando en personas con dolor crónico (o con una enfermedad crónica aunque no sea dolorosa) y para profesionales de ayuda que trabajen con estos pacientes, mindfulness nos enseña también dos temas básicos que constituyen su núcleo, su esencia: atención y amabilidad. En primer lugar, nos permite entender que, frente a la actitud habitual ante el dolor de rechazarlo, negarlo o huir, el aumento de la conciencia corporal y de la atención a las sensaciones somáticas disminuye el dolor. En segundo lugar, llevar afecto y cuidado a la zona que duele y a nosotros mismos, es también una actitud radicalmente distinta a la respuesta natural basada en la resistencia o la evitación, ya que ambas aumentan el dolor. Sobre esta base de atención y amabilidad surge, naturalmente, la conexión. Las personas con dolor y sufrimiento tienden a aislarse del mundo, con lo que magnifican su malestar al centrar toda la atención en él. La conexión con el resto de la extensa familia humana hace que nos sintamos parte de algo más grande y hermoso, donde nuestro dolor, aunque importante, no tiene por qué ser el centro de nuestra vida.